lunes, 4 de octubre de 2010


GENERAL DE DIVISIÓN DON DOMINGO MARTÍNEZ 
– Un hijo del Pilar   

                                                                                                        Por Aldo Abel Beliera

Nació el 26 de septiembre de 1889 y fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar el 13 de octubre de 1889, siendo el menor de ocho hermanos, hijos de Domingo Martínez y de Manuela Fernández Veiguela, naturales de Asturias, casados en su patria hacia 1871.


Su progenitor, de profesión herrero y propietario, fue censado en la población urbana del Pilar en 1895, en ese momento contaba 46 años de edad y su esposa 42. Hijos de este matrimonio fueron: Concepción, José María, José Félix, Justa Josefa, María Carolina, Clara Francisca, Graciana Elisa y Domingo, cuyas descendencias mencionamos al final de esta biografía.

Domingo Martínez ingresó en el Colegio Militar el 15 de marzo de 1905, de donde egresó como subteniente de artillería el 12 de septiembre de 1908. Fue destinado al Regimiento 5 del arma y luego al Regimiento 2.
Ascendió a teniente el 13 de enero de 1911; cursó la Escuela de Tiro y, en 1912, pasó al Colegio Militar, ascendiendo a teniente 1º el 31 de diciembre de 1912. Sucesivamente tuvo como destinos el Distrito Militar Nº 3, la Dirección General de Ingenieros y el Estado Mayor General del Ejército, siendo promovido a capitán el 31 de diciembre de 1917.

Pasó a la Dirección General de Ingenieros y luego a la Compañía Topográfica, cursando la Escuela Superior de Guerra. Ascendido a mayor en 1922, se le designó jefe del primer grupo del Regimiento 2 de Artillería. En noviembre de 1924 obtiene su ascenso a teniente coronel y se desempeña como jefe de Armamentos de la Dirección General de Arsenales de Guerra y profesor de Balística en el Colegio Militar hasta marzo de 1929.

En marzo de 1930 fue nombrado subdirector del Colegio Militar, pasando después a integrar la Comisión de Adquisiciones en el Extranjero, con asiento en París (Francia) donde ascendió a Coronel el 31 de diciembre de 1933. Regresó al país en diciembre de 1935, para hacerse cargo de la Segunda División de la Dirección General de Arsenales de Guerra.


Posteriormente fue inspector de Defensa Antiaérea, Jefe de la Plana Mayor de la Dirección General de institutos Militares, secretario de la Dirección General de Ingenieros y director de ella en abril de 1938, alcanzando el grado de general de brigada el 31 de diciembre de 1939.

El 26 de diciembre de 1941 el vicepresidente de la Nación doctor Ramón S. Castillo, a cargo del Poder Ejecutivo por enfermedad del doctor Jaime Gerardo Roberto Marcelino Ortiz, nombró jefe de la Policía de la Capital Federal al general de brigada Domingo Martínez. Al tomar posesión del cargo hizo llegar a todo el personal un cordial saludo seguido del siguiente mensaje:

“No ignoro la responsabilidad que importa el cargo que asumo, pero tampoco ignoro que al frente de las distintas dependencias de la repartición se encuentran hombres de honor que son al mismo tiempo profesionales experimentados, dignos y abnegados, secundados por colaboradores conscientes de su deber y de la importancia y delicadeza de las funciones que incumben a la institución”.

“Todo ello es lo que ha dado a la Policía de la Capital un sólido prestigio universal, y la ha hecho digna del respeto y la admiración del pueblo, que es testigo de sus desvelos y de su heroico espíritu de sacrificio. Desde hoy, pues, todos y cada uno de los miembros de la Policía de la Capital Federal, están a mis órdenes por imperio de la Ley y la voluntad  del Excelentísimo Señor Vicepresidente de la Nación en ejercicio del Poder Ejecutivo, así como, también desde hoy, me considero al servicio de todos y cada uno de ustedes, en lo que atañe a sus derechos reglamentarios  y a todo lo que sea propender al bienestar general e individual”.

“Porque me impongo este deber es que considero desde ya con el derecho de exigirles al máximo de corrección, rectitud, imparcialidad, espíritu de justicia y honestidad, en el cumplimiento de sus deberes, cada uno dentro de su propia esfera de acción”. 
   
Su actuación como jefe de la Policía de la Capital fue muy productiva en el dictado de numerosas órdenes de carácter general para la fuerza que sería largo enumerar. A raíz de la Revolución del 4 de junio de 1943, que depuso  al doctor Ramón S. Castillo, el Departamento de Policía fue rodeado por tropas del Ejército a la hora 12 del día citado, y el mayor Aníbal Solari, se presentó en el despacho del general Martínez, en nombre del director general del Material del Ejército, coronel Alberto Gilbert, y en cumplimiento del ordenes del ministro de Guerra, requiriéndole la entrega del edificio`, lo que aquél hizo efectivo, retirándose.

En la oportunidad se labró un acta suscripta por ambos militares en la que el general Martínez dejó constancia de que ”Ante la superioridad de las fuerzas armadas; a fin de evitar un inútil derramamiento de sangre; y teniendo especialmente en cuenta la misión específica de la Policía, que no es otra que la de mantener el imperio del orden público y asegurar la tranquilidad de la población, he resuelto hacer entrega del Departamento , sin admitir que el Señor Mayor Solari pueda tomarlo por sí mismo, haciendo valer para ello mi autoridad de General de la Nación y sin declinar el cargo de Jefe de Policía de la Capital”.  

Dos días después, el 6 de junio de 1943, el Poder Ejecutivo lo designó ministro de Relaciones Exteriores, cargo que no alcanzó a desempeñar, nombrándolo el 29 de junio director general de Ingenieros y comandante general del Interior, con retención de las funciones anteriores. Fue promovido a general de división el 31 de diciembre de 1944, falleciendo en actividad el 17 de abril de 1945 en Buenos Aires.


De izquierda a derecha: Un sacerdote, Roberto Harry Martínez, Elena W. de Pulleiro,
Delia Rotondaro, la esposa del Presidente Pedro Pablo Ramírez, el Presidente Ramírez, 
Monseñor de Andrea, Gral. Domingo Martínez y un amigo. Atrás del Presidente se  
ve al  Capitán de Navío Manuel Pulleiro.



HISTORIA FAMILIAR I - CONTADA POR SU HIJO
 D. ROBERTO HARRY MARTINEZ

"Desearía que mis nietos y nietas y por qué no mis bisnietos sepan de mí, mucho más de lo que yo supe de mis abuelos y bisabuelos".

Mi abuelo paterno, gallego él, asturiano, llegó a la Argentina procedente de Galicia, allá por el año 1871, y luego trajo a su mujer y una hija. Se llamaba Domingo Martínez, su mujer era Manuela Fernández y su hija se llamaba Concepción.

Vaya a saber cómo y por qué esta familia se radicó en el pueblito de Pilar, a 60 km de Buenos Aires. Este pueblito era, en esos años, un pequeño caserío de alguna centena de habitantes dedicados a la agricultura exclusivamente. Por esa razón estuvo, tempranamente, ligado a la capital por una vía férrea, único acceso rápido, ya que anteriormente se podía llegar solamente en carretas o diligencias.

El abuelo traía de su tierra natal su habilidad como artesano herrero, de aquellos que sabían hacer esas primorosas rejas que adornaban las ventanas y los patios como si fueran puntillas de hierro. Además, naturalmente, como buen campesino, sabía cómo construir arados y otros artefactos necesarios para la tarea rural. Por aquel entonces ya existía en Pilar la iglesia de la virgen del Pilar que dio su nombre al pueblo, cuyo origen es Aragón y tiene su fabulosa Basílica en Zaragoza, ciudad española como la que más.

Allí, en ese pequeño pueblo que él y su familia ayudaron a crecer, nacieron sus restantes hijos e hijas, mis tíos y tías: Félix, José María, Justa, María, Clara, Elisa y el menor Domingo, que nació el 26 de setiembre de 1889. En total 8 hijos contando a la española Concepción. Es interesante comentar que el menor de la familia, nuestro padre Domingo, nació cuando la hija menor ya tenía 5 años y que más adelante sus hermanas mayores fueron sus primeras maestras en la escuela.

Mis abuelos murieron antes de mi nacimiento, de tal modo que no pude conocerlos, pero en cambio conocí a todos sus hijos, mis tíos y los treinta y cinco primos, aunque casi todos fueron mayores que yo. Eran, sin excepción, personas de bien y muy apegadas a la familia, siguiendo la vieja usanza de los gallegos asturianos.

Eran gente humilde pero hidalga y orgullosa, honesta y recta. Si escribo empleando el pasado es, naturalmente, porque de aquella larga lista de queridos primos sólo quedamos unos pocos, con los cuales me une un gran cariño y con quienes me alegra encontrarme.


Gral. Domingo Martínez, su esposa Delia Rotondaro  
con su hijo Roberto Harry Martínez
Respecto de la vocación de mi padre por las armas, lamentablemente, nunca llegué a saber por qué y cómo llegó aquel chiquilín de 15 años, criado a 60 km de la capital, en una época en que se vivía totalmente aislado de todo el mundo, a tomar la decisión de seguir la carrera militar. Es necesario recordar que en el año 1903, cuando tomó tal decisión, jamás había salido de Pilar, no conocía Buenos Aires y me pregunto si habría visto antes, por lo menos una vez, a un soldado.

Presumo que sí, que tal vez alguna tropa haya realizado maniobras cerca de Pilar y eso lo haya motivado. ¡Quién sabe! ¡Esta es otra pregunta que quedó trunca! De cualquier manera ello confirma una vez más que cada hombre o mujer nace con un destino y éste es inexorable.

Aquel hijo de un herrero gallego inmigrante, criado en el aislamiento de un pequeño pueblo del campo argentino llegaría, con el tiempo y su voluntad a ser General de División, Jefe de Policía de la capital y por 3 días, Ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina y por designio de ese mismo destino moriría a los 55 años de edad, el 17 de abril de 1945.

Sus hermanos mayores hicieron sus vidas en el mismo lugar en que nacieron y vivieron como hombres simples de pueblo pequeño. Sus hermanas se casaron y salvo 2 de ellas, que dejaron Pilar para establecerse, una en Brandsen donde su esposo tenía una farmacia y la otra en Buenos Aires, casada con un sastre, todas ellas vivieron y murieron en Pilar.

Sólo el menor de todos, mi padre, tuvo un destino totalmente distinto al de todos sus hermanos y por lo demás, absolutamente imprevisible y que lo hizo gravitar fuertemente entre todos sus familiares, quienes sentían por él una admiración próxima a la idolatría. De todos mis primos sólo hubo uno, Aníbal Pérez Martínez, que también eligió una carrera militar. Fue marino y falleció con el grado de Capitán de Navío. Otro más que estudió leyes y se graduó de abogado. Los demás fueron honestos trabajadores, sencillos y puros, pero no se elevaron socialmente, aunque lograron el respeto de sus semejantes.



Da. Beatriz Susana Martínez (Patty), quien me ha facilitado esta reseña familiar, relata lo siguiente: “Quiso la casualidad que, en enero del 2006, conversando con mi prima Laura Franco del libro de papá (Roberto Harry Martínez), ella me cuenta que su abuela Clara, hermana de mi abuelo Domingo Martínez, también había escrito un cuaderno con una narración de sus orígenes y un poco de la vida y descripción de sus 7 hermanos. Clara murió con 83 años en el año 1967 y quería que sus nietos supieran cómo habían sido sus abuelos y bisabuelos y el porqué de muchas cosas. Obviamente que enseguida le pedí este cuaderno a Laura y copié todo lo que hacía referencia a los 8 hermanos Martínez y sus padres, para incluirlo luego en el blog “Qué historia”, ya que contenía varias explicaciones a interrogantes de papá y corregía ciertos errores debido a este desconocimiento. No debemos olvidar que cuando papá lo escribió él era ya el más viejo de su familia y no tenía a quien consultar, tal como lo dice en su prólogo. Es por eso que ahora incluyo, lo escrito por Clara Martínez de Belfiore que es un poco el comienzo de “Qué historia”.

HISTORIA FAMILIAR II – CONTADA POR SU HERMANA
Da. CLARA JOSEFA MARTINEZ DE BELFIORE.

Dirigido a sus nietos: Laura y Adriana Franco, Marcela y Andrés Guibert y Graciela, María Clara y Patricia Belfiore. 

MIS PADRES

Mis padres eran españoles, nacidos en la provincia de Asturias. Mi padre, Domingo Martínez, era un hombre de buena planta, su rostro fino de buenas facciones, ojos negros grandes, de tez blanca, frente alta y boca bien formada, su cabello negro y ondulado (era lo que se llamaba: buen mozo). Muy honrado, recto, trabajador y enérgico, no escatimaba medios para que a su familia no le faltara nada.

Se casó en España y dejando a mi madre allá con una hija pequeña (que fue mi hermana mayor Concepción) se vino a la Argentina, como era el furor entonces, en busca de riquezas. En 1871 embarcó durante una travesía de 3 meses, pero al llegar al Brasil se enfermó de viruela, pues allí era ésta y la fiebre amarilla enfermedades endémicas. Estuvo muy mal y vio morir a muchos de sus compatriotas, a quienes los metían en un saco y los arrojaban al mar.

Un día, creyéndolo muerto, se aproximaron a él con el saco y él se dio cuenta y gritó: ¡”No, todavía no. Traigan un sacerdote”! y acto seguido lo hicieron. Hizo su confesión y le aplicaron la extremaunción y luego empezó a mejorar notablemente hasta sanarse por completo, pudiendo llegar a su destino sano y salvo.

Se dedicó con ahínco a trabajar y pudo hacer un hogar y reunir una pequeña fortuna durante cinco años de lucha. Luego, ya con una base sólida, mandó a buscar a mi madre y a su hija ofreciéndoles comodidades ganadas con su labor. Mi madre, Manuela Fernández Veiguela era hija de gente rica (aún se conserva su casa en poder de un sobrino) pero entonces había una ley que el que salía de España no podía llevarse sus bienes, debían  quedar en poder de los parientes más cercanos. Así fue, pero mi abuela, no queriendo desprenderse de su nieta se vino también.

Mi madre era una morocha muy agraciada, no muy alta, pero muy ágil y trabajadora. De mucha iniciativa y audacia de ojos negros, cabellos oscuros y lindas facciones, simpática, buena, generosa, se conquistaba a cuantos la trataban y sólo con llamarla (Doña Manuela) ya se sabía a quién se referían. No tengo palabras para ponderarla y cuanto más tiempo pasa más la recuerdo sin olvidar ninguno de sus dichos.

Nacimos aquí siete hijos más, un total de ocho con Concepción que vino de España.  José María en San Justo, Félix en Pilar, Justa en Flores y María, Elisa, Domingo y yo en Pilar (provincia de Buenos Aires). Ahí se radicaron, teníamos una manzana de casas construidas alrededor y en su interior una pequeña quinta con árboles frutales, flores, verduras para el gasto de la casa. Aún recuerdo una pequeña glorieta formada por un laurel, un naranjo y un duraznero, donde estudiábamos y hacíamos nuestras labores en el verano, bajo su sombra.

Mi madre fue una heroína con gran energía y tino dirigió la educación de sus 8 hijos, llevándolos por el camino recto, ya con consejos, con dulzuras y, cuando era necesario, con castigos.  Estos eran los menos porque éramos obedientes y a una indicación con sólo un ademán volábamos a hacer nuestra obligación.  A cada uno nos había dado una tarea, así que, todos sabíamos cuál era nuestra obligación, vuelvo a repetir.

Ahí, en esa quinta, aprendimos a andar a caballo pues teníamos coche y, como no salíamos de la casa sin que nos acompañaran los mayores, todo se hacía adentro. Yo tenía un pedazo pequeño de tierra donde cultivaba flores (pues siempre me gustaron mucho) y estaba hermoso, gozando entre ellas, pero una noche llegó una manga de langostas que asoló con todo dejando la tierra y comiéndose hasta la fruta y corteza de los árboles. ¡Cuánto lloré! ¡Mis flores! ¡Mis flores! Todo desaparecido. Nada. Nada más que tierra, los árboles con sus troncos blancos, muchos se secaron. Pero, mi madre no desmayó y repuso todo y poco a poco nuestra quinta volvió a florecer. 

¡A mi madre! ¡Cuánto le debemos a ella! Todo lo que somos y  hemos sido, pues mi padre abandonó todo en manos de ella, hijos, fortuna, hogar, en una palabra era el todo de la casa. Ella cultivaba sus amistades, amistades que aún conservamos y que se han ido sucediendo de padres a hijos. Era una fiel amiga, siempre estaba pronta para hacer un servicio, ya con las manos, ya con el bolsillo. Su palabra era una escritura, lo que prometía hacía, valiéndole esto el respeto y cariño de todos.

Recuerdo que una vez, siendo yo muy niña, llegó una amiga que alquilaba un campo de los Carabassa diciendo que se vendía. Desesperada, Doña María Teppa, que así se llamaba, vino y le contó a mi madre lo que sucedía diciendo: “sino no lo compramos tenemos que abandonarlo y está sembrado y, ¿adónde vamos?”

Mi madre, enternecida, le dijo: ¿”Por qué no lo compran”? Ella respondió: “Porque no nos alcanza el dinero” Mi madre le dijo: ¿”Cuánto necesita”? Ella respondió: “Ochocientos pesos”. Mi madre se levantó, fue al colchón de su cama, descosió un rincón, sacó un rollito y de ahí salieron los $ 800.- que puso en manos de Doña María y le dijo: ¡”Cómprelo”!

La señora, sumamente agradecida, lloró, abrazó a mi madre y le dijo: “Doña Manuela, nos ha salvado. En cuanto venda la cosecha el dinero será devuelto”. Sólo la palabra, sin escritura, sin escribano, sin abogado, así era el tiempo de antes. Así era mi madre.

Recuerdo que en el lugar donde mis padres tenían sus casas, había un terreno que formaba esquina y ellos le tenían muchos deseos porque ahí era propicio para un negocio. Cierto día se enteraron de que se vendía y que su dueño era Don Agustín Sanguinetti, familia que hoy existe, y mi madre me llevo consigo a dicha casa. Don Agustín saludó con cariño a mi madre y ésta le expuso la causa de su ida. La idea de comprar ese lote. Este señor le dijo: “Es suyo, Doña Manuela. No importa que no tenga el dinero o no lo haya traído, empiece a hacer la casa que desea que escrituramos cuando Ud. quiera.” Valía $ 400.

Mi madre fue a casa y le llevó el dinero, quedando dueña del lote donde hoy está una tienda y donde nosotros vivimos muchos años. Casa muy cómoda que contaba con 11 piezas, jardín y demás. Así eran aquellos tiempos. Sólo la honradez era una recomendación y la palabra una escritura.

¡Pobre mi madre!  Siempre con las riendas en la mano, siempre pensando en el porvenir de sus hijos siempre progresando. No era de sangre azul, pero era hija de gente honrada y recta y eso lo llevaba en la sangre y nos lo transmitió a los 8 hijos. Ese es el verdadero mérito, formarse por su propio esfuerzo y con la frente alta y limpia. De eso estamos orgullosos todos sus hijos y la admiramos y recordamos con cariño y el respeto que se merece.

Mi padre murió primero. Nunca habíamos llorado un muerto en la familia. Para nosotros fue una gran pena. Fue el 17 de agosto, a las 9:30 de la noche y como llovía copiosamente el pueblo no lo supo hasta el otro día 18, a pesar de que estábamos rodeados de amigos.

Pasó un caso muy raro cuando el falleció. Se escucharon 3 golpes en la pared donde estaba la cabecera de la cama. En la habitación no se sentía un ruido. Domingo, que ya era militar, estaba arrodillado llorando tomándole la mano. Creímos que era la espada de él que la había dejado en la otra habitación pero, estaba en su lugar. 

Se buscó por toda la casa algo que lo hubiera producido, pero todo fue inútil.  Antes de morir pidió  todos los hijos y todos rodeamos su cama, menos Concepción que, por encontrarse enferma y vivir en Goldway (Mercedes) no había podido venir. Nos miró a todos y dijo: “Falta una” Nos bendijo y pidió un cura. Yo oí su confesión y le dijo: “A mis hijos no les dejo fortuna pero sí un nombre honrado que, con él, se abrirán las puertas en cualquier parte, y creo que lo sabrán conservar” No habló más, fueron sus últimas palabras.

Para su entierro, la Municipalidad de Pilar hizo hacer pozos en las bocacalles (pues eran de tierra en ese tiempo) y por la lluvia había barro. Lo llevaron a pulso hasta la Iglesia donde le hicieron misa de cuerpo presente y luego lo colocaron en la bóveda de la familia Patiño, hasta que nosotros construimos la que hoy existe, que dice “Domingo Martinez y flia”. Fue el primero en habitarla, después le siguieron los demás.

Entonces se usaba un luto muy riguroso, con mantos y crespones, parecíamos viudas; sin salir, con la puerta de calle entornada y un crespón en el llamador. El falleció a los 65 años. Mi madre vivió hasta los 73 rodeada del cariño y atenciones de sus hijos en el chalet de Elisa en Pilar.

CONCEPCION MARTINEZ DE PEREZ

Ella era mi hermana mayor. Vino de España a los 5 años y sirvió de madre a todos los otros siete que nacimos aquí. Era muy buena, trabajadora, útil para todo y muy linda. Las fotos dicen de su belleza, grandes ojos negros, blanca, cabello ondeado, no muy alta, pero cariñosa, nos mandaba con modales suaves y sonriendo. Nunca recibí un castigo de su parte. Era maternal por naturaleza. La recuerdo cuando nos llamaba a María y a mí, porque éramos muy seguidas y siempre estábamos juntas, muy unidas. Ella decía Maclara y Clamaría y sabía que apareceríamos las dos.

Fue muy festejada, tocaba el piano con mucha dulzura, siempre que siento “El llanto de una viuda” se me representa. Se casó con un español que gozaba de poca salud y tuvieron 8 hijos: Enrique, Manolo, Aníbal, América, Alcira, Hortensia, Cholo y Sara Pérez Martínez. Todos muy buenos chicos, inteligentes, trabajadores, estudiosos que adoban a su madre.

Enrique ocupó y sigue hoy jubilado en puestos públicos. Casado con una buena chica, maestra también jubilada, es cariñoso con sus viejas tías, a quien criamos en casa mucho tiempo, desde los 18 meses. Era precioso de chico y hoy mayor es buen mozo. A él le llamaba la atención cuando mi madre estornudaba pues era una serie continuada, y la miraba con sus grandes ojos y decía: “Cómo toze mamá” pues hablaba con la zeta.

Como era ella la que le hacía los remedios, no quería que se le acercara y enseguida le decía: “Siéntese, mamá, en la ventana” y entonces se quedaba tranquilo. Muchos de estos dichos me han quedado grabados.

Otro de los hijos de Concepción que se destacó por su inteligencia, amor a su madre y aplicación al estudio fue Aníbal. Cuando niño estuvo mucho tiempo con nosotros en la casa de mi madre, lo recuerdo rubio, blanco de ojos azulados, lo que le valió el sobrenombre de “inglés”, era el mimado de Justa.

Hizo sus primeros estudios en Pilar, hasta prepararse para la Marina a la que demostró siempre gran inclinación. Primero ingresó en la Escuela de Mecánica y como allí se destacó por su aplicación y buena conducta lo premiaron pasándolo a la Marina, donde se destacó aún más pues fue los 4 años que estuvo abanderado, premiado con la conducta “Honor al Mérito” , “Pro Patria”, “Amor a la madre”, “Mejor alumno”.

En la escuela lo llamaban el “curita” pues él se daba maña para no recibir amonestaciones y sí felicitaciones. Llegó a ser Ingeniero Naval Capitán y en sus largos viajes estudió Ingeniería Civil, dando examen cuando la nave estaba en el puerto. Cuando hizo su primer viaje, en la Fragata Sarmiento, alrededor del mundo fueron a España y los recibió el entonces Rey de España Alfonso XIII. Se enteró de que Aníbal era el mejor alumno y lo condecoró diciéndole: “Estoy orgulloso de que un hijo de españoles reciba este obsequio en una nación como la Argentina, pues no puedes negarlos por tu apellido (Pérez Martínez)”.

Cuando se vestía con su traje negro de etiqueta de marino, luciendo en su pecho todas sus condecoraciones, quedaba tan elegante, pues era alto y lo llevaba dignamente, que a mí se me llenaban los ojos de lágrimas de emoción. Todos sus méritos los consiguió personalmente, haciendo sacrificios, robando horas al descanso y pensando en su madre y decía, por ella y para ella, todo.

Fue un hijo admirable. Cuando venía de un largo viaje sólo pensaba en llevar a su madre a diferentes distracciones y la presentaba como: “Mi madre, mi novia y mi amiga”. Mucho la lloró cuando murió y no tardó enseguida él, pues de un ataque al corazón murió a los pocos días.

Murió soltero, sus restos se encuentran en la bóveda de Pilar, que él mismo la hizo construir para su madre, padre y los que siguieran. Hoy se encuentran también allí: Alcira, y Manolo, fallecido hace poco.

Manolo también fue un buen chico, pequeño, ágil, inquieto y sumamente inteligente. Yo lo llamaba la “mosca” porque tan pronto estaba sobre un caballo, como subía un poste, corría por un alambrado, tiraba de las orejas al perro, es decir, en continuo movimiento.

De ojos vivaces, simpático, hizo sus estudios en Pilar y juntamente con Aníbal su primera comunión, dirigidos siempre por Justa que fue la verdadera maestra de ellos. Los preparó para el ingreso al Nacional, de donde salió para emplearse en Impositiva y fue escalando los puestos debido a su facilidad en matemática y clara inteligencia, llegando a ser uno de los principales empleados y querido por los demás.

Cuando falleció, hace 2 años, estaba en el Consejo. Se encuentra en Pilar en la compañía de los suyos. Un ataque al corazón fue su fin.

Recuerdo que ellos habían formado un cuadro de fútbol con otros chicos cerca de casa y cuando venían se escapaban, pero mi madre y Justa los esperaban enojadas porque no estudiaban sus lecciones y no hacían sus deberes. Ellos sabían lo que les esperaba y entraban sigilosamente buscándome a mí para que los defendiera y yo los cobijaba no permitiendo que los tocara “Don Juan de la Bardaza” como le llamaba mi madre al “látigo”.

Sólo les alcanzaba los rezongos, que eran justificados, yendo los dos a hacer sus deberes en silencio. Cholo – llamado Arturo, muy buen chico siguió la carrera militar, pero por mala suerte tuvo que abandonar y emplearse en la Dirección de Ingenieros, donde todavía está.

Se casó con una buena chica, muy trabajadora, llena de méritos y virtudes, que los sabe trasmitir a sus 2 hijos: Adriana y Hernán. Ahora Sara, empleada en el Churruca espera su jubilación.

América se desempeña como ama de casa, borda primorosamente y atiende a la familia. Hortensia se casó, yo la crie hasta los 8 años, la quería mucho y es hoy una buena esposa y buena madre, teniendo sus 2 hijas y de la mayor ya tiene 3 nietos.

La menor, de gran belleza, en un accidente ferroviario cuyo auto fue arrastrado por el tren, puso en peligro su vida, falleciendo su compañera y salvándose ella milagrosamente, pues la daban por muerta. Fue en un paso a nivel en Derqui, la trasladaron a Pilar donde la atendieron primorosamente, hasta que la pudieron llevar a la Capital, para su curación perfecta, pues allí carecían de los elementos necesarios.

Hoy está empleada, sabe inglés, es perito mercantil y siento como yo un gran amor por los perros y actualmente tiene en su poder un perro que fue mío, llamado Niñita, al que mima como a un niño.

JOSE MARIA MARTINEZ

El segundo de mis hermanos. Era blanco, muy parecido a mi padre, callado, muy parco para hablar, honrado y franco, respetado y querido por todos. Se casó con una compañera mía de colegio: Magdalena Anastasio, muy trabajadora y económica: del centavo hacía pesos y crió 10 hijos, todos buenos. Todos se casaron menos Elba y Carlos. Están en buena posición.

El que se destaca es el que lleva el nombre de mi padre y de mi hermano menor, es decir, es el Domingo Martínez (Mingo), conocido en Pilar por su taller mecánico, que queda. Se casó con una chica de méritos, Chela Pagani, trabajadora, viva y simpática, que lo ayuda y aconseja mucho, habiendo llegado a una buena posición social y económica. Tienen 2 hijos que los educan con todo primor. Todos son honrados, trabajadores y en buena posición.

FÉLIX MARTINEZ

Mi tercer hermano. Buen muchacho, de gran corazón, pero no le tenía mucho amor al trabajo. Desempeñó puestos públicos, fue Juez de Paz en Pilar y cuando murió estaba aún en él. Era buen mozo, alto, bien formado, de ojos negros y pestañas muy crespas, pero moreno, lo que le valió el sobrenombre de “negro”.

Le gustaba viajar, era amigo de conocer mundo y por dos veces se ausentó de la casa para recorrer el mundo. Mis padres lo encontraron una vez en Escobar en la casa de un amigo y otra en la casa de una tía María, en Flores. Le gustaban mucho los caballos y siempre tenía uno, al que lavaba, cepillaba y cuidaba como un niño y todas las tardes se emperifollaba y salía a pasear por el pueblo, con otros muchachos, luciéndose con su caballo “zaino”.

Hizo la conscripción en Cura Malal, entonces se les llamaba “Guardias Nacionales” durando 3 meses, pero él fue llamado dos veces. Les pagaban $ 11.- por mes, sueldo que puso en un cuadro, con una inscripción que decía: “Mi primer sueldo”. Le gustaba mucho bailar, se lucía en el vals y elegía siempre por compañera a Pepita Rojas, dejando las demás compañeras el lugar libre, pues bailaban primorosamente.

Se casó con Teresa Fresco, buena muchacha, trabajadora y limpia con quien tuvo 10 hijos, habiendo fallecido Armando, chico muy inteligente. Cuando le preguntaban si tuviera que volverse a casar ¿con quién lo haría?, respondía: “con Teresa”.

Recuerdo que cuando Félix se casó se construyó una casa en Manzanares (pueblo que pertenece a Pilar), pero era pequeña: dormitorio, comedor, baño y cocina, con su galería y jardín. Cierto día que la familia Posse, (que vivían en San Miguel) fueron a pasear a su casa, mi hermano nos invitó a conocerle la casa y nos llevó en un break, coche que se usaba mucho y que también se les llamaba “volantas”, que era nuestro, manejando él.

Cuando yo entré en la cocina, exclamé: “¡pobre Teresa!, ¡apenas se va a dar vuelta en esta cocina”! y salí ligero. Estas palabras mías, que era aún muy niña, quedaron grabadas en la familia Posse, pronosticándome que sería una gran ama de casa, pues ellas habían observado lo mismo. Falleció a los 63 años en Pilar. Teresa en San Miguel de edad avanzada.

JUSTA MARTINEZ DE CONSTANZA

Es la hermana que le seguía a Félix, era blanca (pues en la familia había 4 blancos y 4 morenos. Los blancos salían a mi padre y los morenos a mi madre). De lindas facciones, inteligente, ella siempre decía que tenía un sexto sentido, por lo acertada en sus observaciones, direcciones, mandos y consejos. Por esta razón, mi madre le llamaba:”Sargento de Línea”, pues ella siempre estaba dispuesta a dar órdenes y las hacía con energía y voluntad. Todos consultaban con ella, por cualquier cosa, pues era muy acertada.

Cuando tenía 11 años era muy alta y delgada, parecía que tuviera 15 o 16 por lo que yo le llamaba “La Chucha” porque había una señora de un guardabarrera que se le parecía, cosa que no le agradaba mucho a mi hermana. En la Escuela se destacaba por su inteligencia. En aquel tiempo había pocas maestras y se valían de las niñas más vivas y precoces para que les ayudaran con el título de Ayudantes o Monitoras. Esto le valió para que se despertara en ella el amor al magisterio y a los 11 años fue nombrada Maestra de varones en la Escuela Nº 1.

Mucho le valió el Sr Manuel Montemayor que ocupaba una de nuestras casas y era Secretario de Consejo Escolar de Pilar quien, al ver la disposición, aptitudes y actividad la ayudó dándole lecciones y preparándola para ese puesto. En ese tiempo se daba examen en la Dirección de Escuelas de la Provincia, así que se podía ser empleada y estudiar a la vez. Así hizo Justa recibiéndose muy joven, con buenas clasificaciones y sirviendo de guía para las demás hermanas.

También preparó a otras maestras, a sus sobrinos y fue siempre enérgica, gozando de buena salud y lindo carácter. Tenía grandes ocurrencias, que nos divertían a todas. Recuerdo que estando mi hermano José María haciendo el servicio militar en Villa Mercedes (San Luis), ella se vistió con la ropa de varón y, como tenía un parecido, se tiñó el bigote y colocándose el sombrero, se presentó ante mi padre que leía el diario en el comedor. Grande fue la sorpresa y exclamó: ¡”José María”! pero nosotros nos pusimos a reír, entonces mi padre levantó el bastón dispuesto a mandárselo por la cabeza, pero luego lo bajó y le dijo:” Vamos a dar una vuelta por la plaza”.

Como ésta eran muchas sus ocurrencias, en realidad, era la que alegraba la casa. Cuando Montemayor se fue a San Miguel como Director de la Escuela Nº 1 se la llevó a Justa, pues la señora le había tomado mucho cariño y fue como maestra de la escuela, pagándole la pensión y abonándole además $ 30 mensuales y llevándoles canastas llenas de comestibles, pues entonces los sueldos eran escasos (siempre fueron los maestros los castigados).

El Sr Montemayor, por su inteligencia, fue escalando posiciones y, para ayudar a los gastos de la casa se empleó con Don Pedro Scala que tenía una gran casa de comercio y él le llevaba los libros. Cierto día llegó al negocio un empleado de Morea, Arostegui y Cia. Pidiéndole un empleado bueno y entonces lo recomendó al suyo, renunciando al colegio y pasó como empleado de dicha casa y llegó a ser socio y poseer fortuna con lo que educó a sus hijos.

Mi madre volvió a traer a Justa a Pilar y ya fue como Directora de la Escuela Nº 4, por la que trabajó intensamente, adquiriendo gran fama. El número de alumnos aumentaba diariamente y tuvo necesidad de otra empleada llevándola a Elisa y más tarde fui yo; le llamaban “La Escuela de las Martínez”.

Demás está decir lo que trabajábamos, llevándonos siempre las mejores clasificaciones y felicitaciones de los Inspectores. Estando yo en esa Escuela con 70 niños en el grado, en una conferencia escolar donde estaban presentes todas las maestras del partido y presentes el presidente del Consejo Dr. Alonso Reyes y el inspector del partido fui felicitada como la mejor maestra y el mejor grado.

¡Esto no lo olvidaré jamás! Fue tanta mi emoción que bajé la cabeza y dos lágrimas rodaron por mis mejillas. En ese tiempo iban a la escuela hasta niños de 17 años y como a Justa le gustaba el orden y estábamos en la avenida Márquez, llamó a un agente de policía para que corroborara el orden, lo que fue muy felicitada por la Inspectora Sra. de Gorostiaga. Toda clase de medidas tomó Justa, llegando a ser la mejor del partido. Justa quería mucho a Elisa, pues ella la crió, porque nació cuando yo tenía 4 años y medio, enseguida nació Domingo, así que Justa fue la madrecita de Elisa. 

Recuerdo que era muy mimosa y para que no llorara de noche se la llevaba con ella a la cama y le ponía la mano al cuello diciéndole: “El piquicuero” y la pobre Justa tenía toda la noche la mano que la oprimía sin quejarse con santa resignación. Este cariño a la madre fue transmitido a sus hijos, pues cuando Elisa se casó, ella se hizo cargo de Walter y Ethel Constanza, viniendo de Buenos Aires al Pilar, para más facilidad y cuando la segunda enseñanza volvió a Buenos Aires. 

Los cuidó como verdadera madre hasta que se recibieron. Todos reconocemos lo que hicieron Pedro y Justa por esos chicos. Dios la premió, pues tiene un marido muy bueno, franco, sincero y muy servicial que la cuida como oro en paño.  Tiene su casa propia, con toda comodidad. Lo único que la entristece es que no ha tenido hijos, envidiando a las demás hermanas que los tienen. Siempre fue muy buena y servicial. Hoy goza de buena salud y excelente estómago.

Cuidó a mi madre hasta que murió, pues era la única soltera, casándose después con el hermano del esposo de Elisa, es decir, dos hermanos con dos hermanas.

MARÍA MARTINEZ DE OJEA

Era la hermana que seguía a Justa. Fue la más hermosa de todas, pues aún a pesar de sus años y achaques lo es. Alta, delgada, bien formada, de gran distinción y dotada de mucha inteligencia y de un temperamento exquisito.  Blanca, rosada, de cabellos negros ondeados, grandes ojos negros, sombreados por pestañas largas y crespas y boca bien formada, se destacaba entre nosotras, como si fuera una modelo.

Recuerdo que la Sra. de Montemayor le decía a mi madre: ¿”Doña Manuela, adónde la mandó a hacer”? Siendo niña era buscada para todas las fiestas, llevar la bandera, decir las poesías, en los cuadros infantiles todos los desempeñaba a las mil maravillas, ya fueran tristes o alegres, hasta para llevar la cola a las novias era solicitada, viniendo a ser el chiche mimado del pueblo. Pero ella no por eso era engreída ni vana, siempre modesta, estudiosa, buena hija y hermana.

Cuando venía de la escuela tomaba mis cuadernos, libros y con una leída ya estaba al corriente de todo y ya pronta para jugar o desempeñar otros papeles. En cambio yo estaba dale que dale para que esta cabeza dura se ablandara, lo que me valía el honroso nombre de “burra”.

En todos los exámenes tenía los diplomas de honor o premios como la mejor alumna y yo decía: “De mí se olvidaron”. Estudió para maestra, el piano el que tocaba con tanta suavidad y gusto, que yo siempre pedía que tocara ella, pues me parecía que tenía más gusto. Era de mucha sensibilidad y la transmitía a la música, sin ningún esfuerzo.  Por eso, cuando mi madre nos daba las tareas, las más pesadas y más esfuerzo eran para mí, y las más livianas para ella.

Mi madre decía “Es más débil que tú”. Recuerdo que cuando nos tocaba regar las plantas, ella contaba cuentos y yo hacía el trabajo. Para tenernos entretenidas nos hacía pisar cascotes con un martillo, para los caminos del jardín y ella elegía los más blandos, dejándome siempre los que tenían cal que eran muy duros, así que pronto hacía un montón grande y yo estaba golpea que golpea sin alcanzarla.

Bordaba muy bien, tenía mucha habilidad para tejer que aún conserva haciéndoles los trajes y tricotas a toda la familia. Cuando señorita era admirada y se casó muy joven con Pío Ojea, muy buena persona, recta pero un poco celoso de ella, aunque no lo demostrara.

Vivía con el reloj en la mano, todo debía estar a su hora, cosa que la mortificaba a María, pues muchas veces no se daba abasto en los quehaceres de la casa para el cumplimiento debido. Comía siempre la misma cantidad y cuando María le ofrecía algo más, él contestaba “como para vivir y no vivo para comer”.

Era muy recto, incapaz de una mala acción, como era la gente entonces. Se recibió de farmacéutico después de casado, llevándose buenas corridas para alcanzar el tren, pues valido de que vivían cerca de la estación, se dejaba estar. Tuvieron 4 hijos: Baleto, Syra, Chela y una que falleció llamada Lía Clara. El mayor, o sea Baleto, muy inteligente recibiéndose de Ingeniero Civil y está casado con una buena chica de buen corazón y linda. Tienen un hijo, o sea Fernando, que hoy estudia medicina cuyas manos serán aptas para la cirugía, pues mueve sus dedos con facilidad asombrosa.

Syra, es igual al padre, en su aspecto personal y moral. Inteligente, viva, capaz para todo, activa sin igual, en una palabra es el hombre de la casa.  Ella es para todo admirable: sin aprender teje, borda y es profesora normal.  Se retiró de la escuela para cuidar a su madre a quien adora y sufrió una seria operación. Ha sido la maestra de su sobrino, Fernando, el mimado de la casa, pero en realidad se lo merece, pues es un chico de grandes méritos.

Chela es profesora de piano, tiene muchas cátedras, pero es mimosa pues siempre se considera la más chica y con derecho por ello. En fin, es una familia modelo, educada a la antigua, con el reloj en la mano. ¡Lástima que ahora no puedo hacerle los honores a los sabores de los flanes que hace María!

Recuerdo que siendo chicas, escuchábamos una conversación de las mayores, respecto a la belleza, usándose entonces las pestañas largas y crespas. Esto lo poseía María, pero la mías eran cortas con lo que yo no estaba muy contenta.  Entonces María me dijo: “No te aflijas, yo te las voy a hacer crecer” y apoderándose de una tijera de un solo tijeretazo me cortó las de un ojo, pero yo sentí tal dolor que no le permití el otro. No diré lo que sufrí, pues las puntas que me quedaron se me entraban y me lastimaban la córnea haciéndome caer lágrimas.

Mi madre notó esto y me preguntó que tenía, pero yo por temor de que la castigara a María, guardé silencio, hasta que poco a poco fueron creciendo, con gran sufrimiento mío y reserva. Hoy está en cama, con reuma en una rodilla. Espero que se mejore y poder seguir nuestras charlas, a pesar de que está un poco sorda, pero siempre linda.

CLARA MARTINEZ DE BELFIORE

Ahora hablaré de mí.  Pues bien, yo fui la que seguí a María, es decir mayor que Elisa y Domingo. Fui muy mimada hasta que nació Elisa, morena, de cabello crespo, fuerte, más bien gruesa y robusta.  Por eso mi madre cuando repartía los trabajos reservaba para mí los más pesados porque era capaz de hacerlos.  Cuando íbamos a la Escuela se destacaba siempre María, por su inteligencia, prontitud para resolver los problemas, facilidad para escribir, desenvoltura y fineza. Lo contrario a mí.

Lo que yo poseía era un buen corazón, de una sensibilidad exquisita, lo que le valió a mi madre para decirme muchas veces: ¡“Cuánto vas a sufrir en la vida, sería  mejor que fueras de corazón más duro, pues esos son los que progresan”! En la escuela yo era de las últimas lo que me valió más de un reto y el sobrenombre de “burra”. Con este dicho se me formó un complejo de que lo era y, como tal, sólo serviría para trabajar y no para estudiar como las demás hermanas.  Mi madre me decía: “estudia, estudia, sino serás siempre una burra”. “Bueno – respondía yo -  los burros sirven para trabajar, para eso serviré yo”.

Efectivamente era una maravilla en los quehaceres domésticos, lavado, planchado, fregado. Lo que no me gustaba mucho era cocinar, pero para hacer platos sencillos me daba maña. Los pisos nuestros eran los más blancos del Pueblo y había un dicho “blanco como los pisos de las Martínez”. Entonces no había encerado, era lavado con cepillo y jabón y de rodillas. Las mías ya tenían callos. Tampoco había bombas. Se sacaba el agua del pozo con baldes y cadena, con los cuales había que llenar piletas para los animales, riego para plantas, la cocina y lavado de ropa y pisos. ¡No había las facilidades de ahora y todavía se quejan! Yo hacía las contenta porque en mí se había formado la idea de que para otra no servía.

Tenía gran habilidad para hacer muñecas de trapo a las cuales les bordaba los ojos, nariz, boca y los cabellos se los hacía con hilo negro o marrón.  Las tenía de todos los tamaños. También hacía muebles con alambres y los forraba con géneros blancos. Me gustaba la costura y el bordado. Así fueron pasando los años, hasta que de niña me convertí en señorita, entonces decían que yo era muy linda, pero mi misma timidez me hacía esconder de las personas.

Mi hermana María se casó muy joven y el marido Pío me empezó a aconsejar que estudiara, a lo que yo le contestaba “no, porque soy burra”. Tanto hizo y me dijo que al final me convenció. Justa fue mi maestra y empezó por darme lecciones de geografía e historia. Finalmente me recibí en dos años y fui felicitada por la mesa examinadora. Mi carrera se la debo a Pío y María. Trabajé 15 años en la escuela como maestra y directora y hoy tengo 80 y estoy gozando de la jubilación. Esa escuela parecía destinada a la familia, pues primero fue Justa, María y luego yo y cuando Mimina fue grande le tocó a ella.

Me casé con un italiano, Belfiore, que era de buen corazón, pero de carácter como una pólvora. Tuvimos 4 hijos: Haroldo, Mimina, Choco y Kica. Se criaron sanos y fuertes con aquel aire puro del campo. Mucho luché en mi vida, sobre todo después de casada, me olvidé del mundo, viviendo para mi casa y mis hijos. 

El mayor, Haroldo, estudió para Maestro Mayor de Obras, para seguir después Ingeniería pero se cansó y no continuó. Cuando se recibió le pedí a Domingo, que entonces era Director de Ingenieros, que  le diera un empleo, pues no lo quería en la calle y debía ganar para sus gastos. Domingo le dijo: “Te daré empleo y en tu casa, en la mía y en la calle soy tu tío, pero allí soy el Director y cumplirás como los demás”.

Estuvo ahí hasta retirarse con 20 años de servicios, viajando por toda la República, recibiendo las obras militares, pues era muy recto y honrado, le tenían mucha confianza, nunca se dejó sobornar por dinero. Como había nacido un 20 de setiembre, fiesta italiana, su nombre fue una discusión. Finalmente se registró con Haroldo Ítalo, porque había nacido el día de los italianos y argentino por su patria.

Lamentablemente murió muy joven y fue el gran disgusto de mi vida que aún no puedo creer. Nació un 20 de setiembre, día de los italianos y murió un 8 de julio, día de los argentinos.

Mimina era traviesa, viva, activa, muy inteligente. A los 9 años ya había cursado el sexto grado obteniendo altas clasificaciones. Se recibió de profesora de solfeo a los 10 años. A los 5 ya tocaba el piano. Le hice estudiar francés, dibujo y pintura y a los 12 años ya estaba estudiando el Normal. Se empleó en la misma escuela de Pilar. Se casó con un buen muchacho Arrigo Franco, italiano, doctor en leyes, muy trabajador que la ha rodeado de comodidades. Hizo varios viajes al extranjero conociendo muchos países. Tienen 2 hijas Laura y Adriana Franco.

El otro hijo es Choco, muy bueno y apto para cualquier trabajo, pero no pudo estudiar porque el médico me dijo que era enfermo del corazón, llegando hasta Tenedor de Libros. Adora a sus 3 hijas; Graciela, María Clara y Patricia. 2 rubias como la madre y una morocha como el padre.

Kica siempre fue muy buena y cariñosa, muy tímida, no teniendo más amigas que Ethel, la hija de Elisa, a quien llamaba “mi hermana”. Hizo su carrera en el Jesús María pupila. Después se empleó en una escuela de Campo de Mayo, donde estuvo hasta que se casó con Cesar Guibert y tienen 2 hijos: Marcela y Andrés. 

ELISA MARTINEZ DE CONSTANZA

Es otra hermana, la penúltima, porque el menor era Domingo. Sobre ella poco escribiré. Nació 4 años y medio después que yo, por consiguiente fue la menor de las mujeres. Siempre fue mimosa para lo que tenía gran habilidad y conseguía lo que quería y tomaba como base que era enferma. Justa no veía más que por los ojos de ella, rodeándola de cuidado y atenciones. Era buena, no era capaz de una maldad, pero se crió en una atmósfera de egoísmo, velándose siempre sobre ella y eso aún subsiste.

Estudió para maestra y también para profesora de piano, dibujo y pintura, de lo cual yo saqué algo, pues me gustaba mucho la pintura y me detenía delante de ella cuando pintaba, quedándome grabado en mí aquello y hoy con mis 80 años estoy poniendo en práctica para recuerdo de mis nietos.

Siempre mi madre la libraba de tareas pesadas, pues ella decía que estaba enferma, cargando yo con lo más pesado. Recuerdo que, cuando Justa era Directora de la Escuela Nº 4, estábamos las tres y debido a nuestro tesón, ésta adquirió gran nombre. En cambió la Escuela Nº 1, se venía abajo. El Consejo Escolar no encontró nada mejor que llevar el 4º grado de nuestra Escuela a la Nº 1 y con el grado a Elisa, para poner como Director sin grado al Sr Ferrarotti.

Como Elisa conocía música, le tocaba dirigir los cantos en toda la escuela, lo que le llevaba un tiempo precioso, que era robado a la enseñanza del 4º grado a su cargo. Esto hacía que llegara a casa siempre de mal humor y con quejas: que se abusaba de ella, pues no podía enseñar debidamente las materias a sus alumnos y que no se le perdonaba nada.

Demás está decir los disgustos que se llevaba mi madre que ya esperaba su regreso intranquila y nerviosa. No había tranquilidad, se sumaba a esto, la pena que a Justa le había ocasionado la llevada del grado y de su hermana y veía a su escuela apocada para favorecer a otra escuela. Esto le obligó a presentar su renuncia y pedir su jubilación.

Cierto día se presentaron a la Escuela Nº 4 el inspector, el presidente y el secretario del Consejo Escolar de Pilar para hablar con Justa, aceptarle la renuncia y al mismo tiempo ofrecerme a mí la Dirección en su reemplazo. Esto era para mí un alto honor, pero pasó por mi mente el cuadro doloroso que se presentaba en mi hogar con las quejas de Elisa. Entonces, sobreponiéndome a la impresión recibida les contesté que deseaba que el puesto se lo dieran a Elisa, que la volvieran a traer de la Nº 1 y que yo quedaba muy tranquila como maestra de grado. Grande fue la sorpresa que le ocasionó a la Comisión Escolar mi contestación.

El Dr. Alonso dijo: “Nunca esperé esto, es la primera vez que oigo que se rechace un ascenso tan merecido, para que lo ocupe otra.” Contesté que esa otra era mi hermana, y que en mi casa había desaparecido la tranquilidad desde que Elisa iba a la Nº 1, que lo hacía por mi madre que sufría mucho.  Comentaron entre ellos, pero Elisa volvió a la Escuela Nº 4  y yo quedé en el grado y en mi casa se acabaron los sinsabores.

Como Elisa era linda pronto se casó con el Escribano José Constanza formando un hogar feliz, pues se llevaban completamente de acuerdo. Tuvieron 2 hijos: Ethel y Walter Constanza.

Ethel casada con un buen muchacho, inteligente, estudioso y que llegará muy alto. Tienen una hija inteligente que se destaca en la escuela y su madre está consagrada a ella en cuerpo y alma.

El otro hijo es Walter, muy estudioso, se recibió de abogado y hoy es Concejal de la Municipalidad por el partido Socialista Democrático; partido que fue del padre en el cual fue dos veces diputado. Buen chico, de un buen corazón, que se crió con mis hijos. Un poco turbulento de chico, pero de grande una monada. Se casó con Gloria Lupi, también abogada, una buena chica con quien tienen una hija, buena, estudiosa y muy gentil.

Con Elisa nos vemos de tarde en tarde, nos solíamos encontrar en Mar del Plata, pues mi hija Kica se crió con la de ella y se conservan ese cariño. Recuerdo que por mis tareas yo había pasado mucho tiempo sin encontrarme con ella. Un día, me dijo que ella comulgaba casi todos los días y yo hacía mucho tiempo que no lo hacía, entonces me dijo que me acompañaría a la Iglesia para que lo hiciera, y habiendo tomado mate se fue conmigo a comulgar, para alentarme, después yo me reía porque ella decía “Dios me perdonará”, lo hice por vos.

Hoy vive en Pilar acompañando a su esposo, aunque aquello es una heladera y poseyendo un hermoso departamento en Bs. As, pero él no quiere salir del Pueblo. Viven el uno para el otro, alejados de todos. Se conserva muy bien. La última vez que vio a Haroldo le dijo que la besara, cosa que le llamó mucho la atención a mi hijo y me lo contó. Ella es poco expansiva, habla poco y mide sus palabras.

DOMINGO MARTINEZ




Este fue nuestro hermano menor. Llevó el nombre de mi padre. Era lindo de niño y lo fue de hombre. Suave y cariñoso, correcto y sumamente religioso. Se crió en la Iglesia del Pilar, donde fue monaguillo, vestía a la Virgen a quien tenía un cariño sin límites, ayudaba en la misa, era acólito, los curas lo querían mucho y él decía que estudiaría para cura. Mi madre, contenta, decía: “Bueno de 8 hijos uno será para mí”. Era sumamente obediente, todos lo querían y mimaban.

Tocaba el violín que era una maravilla, desde muy niño se manifestó en él su inclinación a ese instrumento, comprándole mi madre uno pequeño, al cual le arrancaba dulces notas. Entonces se decidió por uno más grande y tomarle profesor donde hizo, en poco tiempo, grandes progresos.

Mi padre se sentaba en el patio y escuchaba la orquesta formada por el piano, tocado a cuatro manos por mis hermanas, la flauta por José María y el violín de Domingo. El profesor, tan pronto acompañaba con el piano, como a la flauta o al violín, se llamaba Domingo De Paola. Era verdaderamente una delicia sentirlos. La gente paseaba por la calle escuchando. ¡No lo olvidaré nunca!

Esa música familiar. Elisa solía tocar en Buenos Aires. En conciertos, estudiaba hasta 10 horas diarias. Me acuerdo que una vez tocó la Rapsodia Húngara Nro. 2 de Liszt. La tengo siempre grabada en mi memoria.

Domingo tocó el violín hasta hombre, pero con una dulzura tal, que nadie le imaginaba, le imprimía todo el sentimiento de su alma, suave y dulce. Le llamábamos “nene”, hasta que se casó, entonces le llamamos Domingo, pero por sus amigos Dominguito, para diferenciarlo de mi padre. Una vez llegó al pueblo un Tte. Benavides que había estado en una revolución y le aconsejó que siguiera la carrera militar, pues en él todo se prestaba, su físico y otras cualidades.

Entusiasmado vino y se lo contó a mi madre, la cual no salía de su asombro y le dijo “haces como el topo, cambias los ojos por la cola”. Sólo tenía 14 años y mi madre decía: “No puedes, se precisan 16”. Pero viendo el entusiasmo fue y lo consultó con el cura párroco, quien le dijo: “Doña Manuela, para que sea un mal cura, hágale el gusto, déjele seguir la carrera militar”.

Mi madre objetó que no tenía la edad, pero entonces no había el Registro Civil. El Sr cura contestó que él le fabricaría la edad, pues esto no era un pecado, puesto que era para un bien y que lo dejara probar que si no le gustaba volvería de nuevo. Le favorecía su estatura, pues era alto, delgado, ágil y muy despierto.

Se preparó en 3 meses el ingreso dando un examen excelente y fue admitido al Colegio Militar. Siempre se destacó por buen estudiante, con altas clasificaciones y conducta, siendo uno de los primeros. Demás estará decir lo que lloramos su ausencia, parecía que faltaba la mitad de la familia pero, venía todos los días que tenía licencia. ¡Estábamos orgullosas de él! Siempre se conservó sencillo y humilde, cariñoso con todos.

Estudio para Ingeniero Militar, además de agrimensor e Ingeniería Civil, construyendo varias casas en la zona de Urquiza. Fue profesor del Colegio Militar donde hizo un libro sobre balística, Director de la Dirección de Ingenieros de Fabricaciones Militares. Como Agregado Militar viajó con su familia a París, donde estuvo viviendo por más de 6 años. Hizo viajes al extranjero siendo condecorado en todas las ocasiones que fue. Se distinguió en toda su carrera por su rectitud, honorabilidad y honradez, un caballero, lo había heredado.



Se casó con Delia Rotondaro y tuvo 3 hijos. Roberto Harry, que también fue militar que se casó con Menena Pulleiro y tuvieron 2 hijas, Edith Delia (La Nena) que se casó con Enrique Cadelli, aeronáutico, tuvieron 3 hijos, y Jorge José Martinez, de la aeronáutica que también se casó y tuvo 3 hijos. Sus hijos, muy buenos todos, cada uno tiene su hogar.


Delia Florinda Rotondaro
Cuando murió Domingo tuvo un entierro enorme, pues era querido por todo el mundo y falleció siendo Jefe de Policía. Siempre conservó su fe católica yendo todos los domingos a misa, y cuando se enfermó hizo muchas promesas, entre ellas a San Blas y regaló a la Iglesia del Pilar el mosaico del piso, e hizo una procesión donde concurrimos toda la familia. Tenía a la Virgen del Pilar en su casa, siempre iluminada, pues no la olvidaba cuando él la vestía en la Iglesia del Pilar.

Yendo una vez a una revolución le tocó dirigir un cañón, acompañándolo los cadetes del Colegio Militar, dos fueron muertos a su lado y él, cerrando los ojos al peligro invocaba a la Virgen del Pilar. Estaba presente un sobrino, Tito Luciani, y el padre iba por la vereda y al ver caer a los cadetes desafiando las balas, los levantó en los brazos y los llevó al hueco de una puerta, para que no fueran pisoteados.

Cuando Jefe de Policía fue otra revolución, pero él no quiso exponer a la policía, diciendo que era inútil sacrificar tanto padre de familia a un ejército. Esto lo elevó aún más ante los buenos corazones. Murió joven, a los 55 años, cuando aún prometía mucho para su patria. Sus restos se hallaban en la Chacarita (hoy trasladado al Parque Memorial). No olvidó nunca a sus padres, sobre todo a mi madre por quien tenía adoración, llevándole todos los domingos un ramo de flores a la bóveda.

Fue muchas veces puesto como ejemplo en los púlpitos por los sacerdotes. Acostumbraba a ir al anochecer a la Iglesia del Pilar a pedir por su salud, cuando estaba enfermo, colocándose siempre en el mismo lugar. El sacristán lo veía y hasta que se iba no cerraba la puerta sin saber quién era, (más tarde lo supo).

Hizo una promesa de ir al Tandil y hacer el Vía Crucis, entonces fue Carlos Coelo y le dijo: “Yo te acompaño” y sin saberlo nadie se fueron, cumpliendo su deseo. Hizo cuanto pudo por su salud pero está designado que Dios se lleva los buenos dejando los malvados. Iba siempre a casa con su familia y también amigos pues le gustaba pasar un día de campo, hasta que hizo su propia quinta en el camino a San Miguel llamándole “Las Delias” por la señora y la hija. Hoy se llama “Las Dalias”, en la ruta 8. En su quinta se hizo un taller de carpintería, se hacía los muebles, llegando a hacer mesa como la de Nuestro Señor Jesucristo, que la lucía en el comedor.

No olvidaré nunca el día que entregó su espada, para usar la de General cuando fue ascendido. Como era tan devoto de la Virgen del Pilar, el cura le hizo una misa hermosa, a la cual asistió todo el pueblo y como no había más lugar ocuparon el atrio, la calle y parte de la plaza.

Aquello fue imponente. El cura vestido de gala, el altar cubierto de flores y toda la familia ocupaba los primeros bancos. Cuando llegó el momento de la entrega, el cura dijo un sermón que impresionó a todos, los cuales lloraban.

Domingo, estrenando su traje de General se dirigió con paso firme al altar mayor, parecía una figura, pues su elegancia se destacaba entre todas las luces y firme escuchó las palabras del sacerdote y éste se aproximó con un paño rojo y blanco y tomó en él la espada que mi hermano depositó en brazos del cura haciendo la venia.

El cura le entregó la de General y él la colocó en su cintura. Esta espada se encuentra en la Iglesia del Pilar en un estuche. Sólo se oía decir “Dominguito” y todos lo besaban, todos lo querían por su humildad. Después se fue al cementerio depositando flores en la bóveda de mis padres. ¡Fue un acto inolvidable!

Me olvidaba escribir que cuando él quiso ser militar mi madre, que profesaba gran fe a la Virgen de Luján, fue a verla y le pidió que, en alguna forma se lo hiciera comprender si lo dejaba seguir esa carrera. Compró dos velas benditas y las encendió en la sala y en el sebo derretido se formaron dos espadas que las conservamos en una caja, habiéndose perdido cuando nos cambiamos acá.

Cuando era niño iba al colegio que quedaba frente a mi casa y por la ventana mi madre lo llamaba para tomar el café y le decía: “Señorita, mi mamá me llama a tomar el café”, y acto continuo se iba. Todo se le permitía pues todos lo querían por su dulzura y respeto.

Siguió siempre estudiando para lo que tenía una gran facilidad ayudado por sus hermanas mayores, pecuniaria e intelectualmente. Cuando estaba en el Colegio Militar llevaba siempre su bolsillo provisto pues todos los hermanos y padres contribuían para que no hiciera mal papel entre sus amigos.

El 4 de junio es un día de grandes recuerdos. Primero porque es el cumpleaños de Syra y después porque es el aniversario de la revolución que tantos disgustos me causó. Fue la de 1943. Domingo era Jefe de Policía y a su lado estaba Choco. El Ejército rodeaba la ciudad. Tomaron la Casa Rosada y la Jefatura de Policía, sin derramar una gota de sangre.

Ese día fui a la Capital ignorando todo lo que pasaba y con la emoción rodé por la escalera mecánica, salvándome una señora que iba adelante. ¡Nunca lo olvidaré! Luego fuimos a lo de María y con ella a la casa de Domingo que sabíamos se encontraba bien junto con Choco. Los años han pasado, pero siempre tengo todo presente, sólo Domingo se fue al cielo, donde tendrá un lugar al lado del Señor por su bondad.

Los peronistas le hicieron mucho daño y lo defendió Ruiz Guiñazú, que lo conocía íntimamente, llamándole el “militar caballero” y que no sabían respetarlo ni aún después de su muerte. También la familia Risolía lo apreciaba mucho, cuidándolo hasta sus últimos momentos el Dr Arturo Risolía.

Si hubiera vivido hubiera sido una gran recomendación para sus hijos. En un momento, en el cementerio se escuchó decir: “Aquí se va el gran orgullo de las Martínez”.


El sable se hallaba en un estuche en la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar desde el 23 de marzo de 1941, en la actualidad se exhibe con otras pertenencias en el Museo Municipal  “Alcalde Lorenzo López”.






Escribió Patty Martinez (nieta) según una recopilación familiar de su papá Roberto Harry Martínez y de Clara Martínez, hermana de Domingo.




GENEALOGIA


D. Domingo Martínez y. Da. Manuela Fernández Veiguela, fueron padres de:

1.- Concepción Martínez, nació en 1872 en Asturias, casó con Aníbal Pérez Martínez, español. Padres de 8 hijos: Enrique, Manolo, Aníbal, América, Alcira, Hortencia, Cholo y Sara Pérez Martínez.
2.- José María Martínez, nació en 1876 en Morón, casó en Pilar con María Magdalena Anastasio. Padres de 10 hijos: Elba, Carlos, Domingo, y otros.
3.- José Félix  Martínez, nació en 1877 en Pilar, casó con Teresa Fresco. Padres de 10 hijos.
4.- Justa Josefa Martínez, nació en 1880 en Pilar, casó en Pilar con Pedro Constanza. Sin hijos.
5.- María Carolina Martínez, nació en 1882 en Pilar, casó en Pilar con Pío Cabo Ojea. Padres de 4 hijos: Lía Clara, Syra (soltera), Chela (soltera) y Baleto Ojea, quien fue padre del Dr. Fernando Ojea (soltero).
6.- Clara Francisca Martínez, nació en 1883 en Pilar,  casó en Pilar con Nicolás Belfiore, italiano. Padres de 4 hijos: Haroldo, Mimina, Choco y Kica. 7 nietos: Laura Franco casada con Alberto Irigoyen, y Adriana Franco (hijas de Mimina), Graciela, María Clara y Patricia Belfiore (hijos de Choco), Marcela y Andrés Guibert (hijos de Kica).
7.- Graciana Elisa Martínez, nació en 1888 en Pilar, casó con José Constanza (hermano de Pedro).  Padres de 2 hijos: Walter y Ethel.
8.- Domingo Martínez, nació en 1889 en Pilar, casó con Delia Florinda Rotondaro. Padres de:  I.- Roberto Harry Martínez Rotondaro, Tte. Cnel, casado con María Elena Pulleiro. Hijos: a).- Beatriz Susana Martínez (Patty) casada con Italo Roberto Avolio. Padres de 2 hijos: Rocco y Bárbara Avolio, 4 nietos: Micaela y Luna Zanola y los mellizos Chiara y Thiago Ghiorzi Avoliob).- Silvia Elena Martínez casó 1º con Carlos Homps. Padres de 2 hijos: Aixa y Javiera Homps, Casó 2º con Carlos Catalano. Padres de 2 hijos: Alejandro y Nicolás Catalano (mellizos), 8 nietos: Joaquín y Agustín Herrera Gayol  Homps,  Marcos, Dolores y Tomás Lafebvre Homps, india y Benjamín Catalano (hijos de Nicolás) y Lucio Catalano (hijo de Alejandro). II.- Edith Delia Martínez Rotondaro casó con  Comodoro Enrique Hugo CadelliPadres de: a).- Hugo Cadelli casó con Olga Mariani, padres de 3 hijos: Diego, Deborah y Romina Cadelli.  b).- María del Pilar Cadelli (Patina). Casó con el Coronel Jorge Mittelbach. Sin hijos. c).- Diana Cadelli, caso con el Tte. Coronel Ernesto Arce. Padres de 2 hijos: Rodrigo y María Noel ArceIII.- Jorge José Martínez Rotondaro caso en primeras nupcias con Marta N. y en segundas nupcias con Alicia MiguelHijos de estos matrimonios: a).- Jorge Martínez. padre de 2 hijos: Agustín y Alejandro Martínez. b).- María Inés Martínez. Sin hijos. c).- Victoria Martínez. Soltera.